Estos
últimos días he tenido la ocasión de hablar con varios amigos de cómo se
encuentran. Casi en cada conversación ha surgido el mismo tema: papá y mamá, la
infancia, lo que entonces sucedió, lo que aún les supone en su vida actual. Hablar
con estas personas me ha conmovido y a la vez removido. Ver el sufrimiento
ajeno me traslada al propio sufrimiento que yo he vivido. Les entiendo tan bien...
Cuando
sufres abuso y maltrato infantil llegas a adulto muy herido, muy dañado, roto y
es muy difícil salir del círculo pero no imposible. Doy fe de ello, porque yo
ya siento que he sanado, que me he curado. Por todos los poros de mi piel sale
mi verdad, una verdad liberada y trasformada, la herida que habita en nosotros,
la primaria, la que es difícil de comprender, la verdad que duele pero que te
hace libre. Hoy soy capaz de ver la herida desde fuera, soy capaz de entender
de dónde venimos y sé que hasta que la herida no es curada vivimos de prestado,
sin paz, sin alegría y en una constante ansiedad.
Llegar
a adulto y seguir idolatrando a papá y a mamá, fueran como fueran e hicieran lo
que hicieran, es la gran mentira que nos mantiene atados y sin salida. El que
hace eso sigue siendo un niño, ese niño sigue herido y reclama lo que nunca
llegará. Sigue pensando que él fue el malo porque es imposible para él ver que
sus papás le maltrataron y abusaron de él. Si lo hiciera tendría que
enfrentarse a la terrible verdad de lo que pasó y revivir el dolor y el
sufrimiento que eso implicó para ese ser tan frágil. Y no es fácil, nada fácil,
quitarse la venda que impide ver la realidad pero es la única manera de sanar,
de vivir… Para mí por lo menos así ha sido.
Me
tengo por valiente pero en un momento del proceso en el que tenía que entrar a
saco a revivir el dolor, a enfrentarme a mi verdad, me escapé aunque,
afortunadamente, cinco meses después regresé. Habiendo vivido tanto abuso me acostumbré
a mentirme sobre lo que pasaba para poder sobrevivir, estaba tan acostumbrada a
contarme cuentos que crecí y seguí haciéndolo. Sentía que no valía la pena, que
yo era culpable de todo lo que me pasó, que no merecía nada bueno de la vida… Sentía
eso porque me enseñaron que ellos, papá y mamá, eran los buenos y que lo que
hacían lo hacían por mi propio bien, invitándome a mentir, a ocultar, a no
sentir lo que sentía,… sin una palabra.
¿Cómo
sobrevive un niño a tal infancia? El único camino que escoge es el de soy
“malo” porque no puede imaginarse, no quiere imaginarse, que sus papás no le quieren.
A tan corta edad un niño no tiene raciocinio, pero su cuerpo ya está
registrando la experiencia y todo el ser busca la forma de escapar al horror. Creyendo
que sus padres no pueden equivocarse, el equivocado tiene que ser él. No hay,
en este sentido, niño malo ni rebelde: Hay padres horribles que, muchas veces,
tuvieron también padres horribles, y así para atrás, y que maltratan, abusan,
hieren sin fin y destrozan vidas enteras.
Yo fui
esa niña pero hoy soy una mujer tranquila, comprometida, luchadora y me siento
en paz. Después de transitar un camino duro, de estar perdida, de casi ahogarme
en un océano en el que no había más que una pequeña tabla, después de tanta
confusión, después de dolerme y desgarrarme hasta romperme, después de
reconocer el dolor de aquella niña que fui y llorarla meses enteros, después de
una vida llena de rabia y de peleas, hoy soy otra. He pasado por el túnel y al
final estaba la luz.
Necesito
contarlo porque veo a algunos compañeros y amigos perdidos, enfrascados en la
confusión. Conozco las estrategias que tiene la mente humana para escaparse,
soy especialista en ello, y quiero decir que se puede salir de ahí, con coraje,
con voluntad, con la ayuda de profesionales y con valentía. Se puede salir.
Esos
papás y mamás de los que hablo no son las personas que tú crees. Son personas
que quizás también sufran y estén heridas pero no han conseguido curarse. Ellos
no pueden o no han querido hacer otra cosa. Deja de acusarte, deja de intentar
que te den lo que tú necesitas. No vas a conseguir nada por ese camino. Ellos
no van a cambiar ni nadie puede cambiar lo que ocurrió. Sin embargo hay alguien
esperándote, está dentro de ti. Esa niña interior seguirá buscando hasta que al
fin entiendas que la única que puede transformarse, cambiarse y amarse eres tú.
Entonces desaparecerá esa soledad infinita que te hace ir en busca de personas
equivocadas que hacen que una y otra vez repitas las viejas heridas y que te
sigan tratando como una vez tus padres te trataron a ti.
La
verdad que duele es la única forma de curar tu alma herida. La verdad es la
única que puede sanarte. Sé valiente para enfrentarla y al fin podrás sentir
esa luz que tanto ansías.
Ellos
lo hicieron, nombro la verdad, pero ya no duele porque yo soy mi madre y mi
padre, lo que legítimamente merezco y nadie más que yo puede hacer eso por mí.
Te
quiero querida niña, amo tus heridas, eres inocente y merecedora de mi amor
incondicional. Gracias a mi historia ahora sé quién soy y hacia dónde voy.
Eternamente agradecida.