En alguna
ocasión me he preguntado cómo me hubiera sentido en mi vida si mis padres
hubiesen sido personas conscientes en la época en la que tuvieron que educarme.
No he encontrado respuesta y ya he dejado de preguntarme.
Los “…y si…” nunca
fueron buenos. Soy consciente de que mis padres hicieron lo que supieron,
aunque desde luego no fue lo que yo necesité, y por eso ya no indago ni doy más
vueltas al tema. Sin embargo, la pregunta que sí me hago es en referencia a cómo
puedo hacerlo yo con mi hija, cómo poner más consciencia para que mi hija crezca
sana y feliz y así poder acompañarla a que crezca libre de condicionamientos
para que llegado el momento se sienta libre y preparada para abrir sus alas y
alzar el vuelo. La maternidad me ha hecho uno de los regalos más sorprendentes
que disfruto en mi vida y por el cual me siento agradecida.
Soy
consciente de que todos los padres, en principio, quieren lo mejor para sus
hijos pero venimos heredando de generación en generación una serie de patrones
de conducta, de mapas mentales ancestrales, que muchas veces son disfuncionales
y, aunque haya sido con la mejor intención, no siempre han sido los más
adecuados. Si no los cuestionamos seguiremos transmitiéndoselos a nuestros
hijos a la vez que les enseñamos para que hagan lo mismo con los suyos.
El
panorama actual en lo que respecta a la crianza puede parecer a muchas personas
desolador. No son pocas las veces que he escuchado frases como “qué es lo que
estamos haciendo con nuestros hijos…”. Junto a esto, también cada vez son más
los que tratamos de involucrarnos y hablar de una crianza más consciente en
equilibrio. Estoy segura de que cada vez somos más los que nos cuestionamos cómo
lo estamos haciendo y si esto es lo mejor que podemos hacer por ellos, si es lo
que necesitan.
Toda esta
cuestión me interesa desde un punto personal, basado sin ninguna duda en mi
experiencia vital infantil. Mi deseo es aportar mi granito de arena y de
remover alguna que otra conciencia sin lo cual nuestros hijos e hijas pueden
estar perdidos como lo estuve yo en mi infancia. Mantener su inocencia, dejar
que sean los niños que son y no cargarles con nuestros viejos fantasmas no es
tarea fácil, pero todo ello depende de nosotros.
Mi hija sabe
que soy una eterna persona comprometida con el maltrato y abuso infantil.
Darles voz, nombrar lo que sienten está directamente unido con la voz que yo no
tuve pero que ahora sí tengo. Pero sobre todo tengo un interés genuino en
decirle a todo aquel que me quiera escuchar que en nombre del amor no vale
hacer cualquier cosa, porque ellos son seres humanos, están vivos y se merecen
lo mejor de nosotros.
La única
forma que yo he encontrado para mejorarme como ser humano y como madre ha sido
mi trabajo personal de reforma, mi desconstrucción para ser alguien con
recursos, merecedora de todo lo bueno que nadie me dijo que merecía. Me he
cuestionado, he indagado, he sentido y revivido, sé de dónde procedo, cuál es
mi historia y me he puesto en orden con ello y al hacerlo me he sanado y he
roto un legado que procedía de generaciones atrás y que estoy segura que no
traspasaré a mi hija. Conmigo terminó.
La
cuestión es que vamos por la vida creyendo que les damos lo mejor sin hacernos
conscientes de lo que les afecta y cómo lo hace. La personalidad de los niños
se crea sobre todo en los primeros siete años de su vida. En esos primeros años
ellos están vírgenes, son una hoja en blanco donde imprimimos las letras de nuestras
experiencias, les metemos una información que llevarán el resto de su vida. Hacemos
que sus carriles neuronales sean unos en concreto, su cerebro se está formando
y les estamos dando herramientas, buenas o malas, que utilizarán a lo largo de
su vida. Es toda una responsabilidad que no podemos tomarnos a la ligera,
porque ellos las grabarán en sus pequeños cerebros sin cuestionarlas.
Son
frágiles, están puros y deseando ser amados y harán cualquier cosa para que así
suceda. Preferirán sentirse ellos como los malos de la película porque
necesitan admirarnos para sobrevivir, para poder seguir creciendo. En alguna
ocasión le he dicho a mi hija que yo me había comportado “mal”, que había sido
“mala” (con palabras para que me entendiera), pero ella lo niega, no quiere
creérselo.
¿Te
parece que es lo mismo tratar a tu hijo como un ser maravilloso y amado y
educarle con esta perspectiva a imponerle lo que tú le ordenas porque si no te
enfadarás? No es sólo lo que les dices
sino cómo reaccionas. Es el ejemplo que les das lo que ellos perciben. Lo que
les damos depende de nosotros. Ellos se merecen lo mejor de nosotros y nos
necesitan. No necesitan maquinitas ni televisión, ni todos los caprichos que
nos piden. Esto lo piden reclamando nuestra atención para llenar los vacíos que
han empezado a crecer en ellos.
Me parece
una oportunidad tan apasionante la que tenemos entre nuestras manos, un
verdadero regalo de vida el ver crecer a mi hija. Una oportunidad para crecer y
superarme a mí misma.
Yo le
pido conciencia a la vida y capacidad para seguir creciendo y pido a aquellos
padres que han decidido escuchar que despierten del sueño en el que hemos
estado sumidos.
Seamos
adultos criando niños y dejemos de ser niños cuidando de otros niños.
Mirian Alonso