Este
mes, tras cuatro años publicando artículos en mi página web he dado por
clausurada una etapa de mi vida como os comentaba el mes pasado, y de aquí en
adelante comienza una nueva. Aún no se ha fraguado el cambio ni está definido.
Iré fluyendo como las aguas de un río con mi propio ser indicándome hacia donde
navegar. Desde hace muchos años, toda mi vida consciente en realidad, tengo una
debilidad que se llama escritura. Es para mí una forma de tranquilizar las
aguas de mi mente, ordenar mi psique y encontrar calma en mi día a día. En esta
nueva etapa de mi vida, a partir de este mes, compartiré mis reflexiones más
personales desde
Me
siento una persona diferente, más humana, más consciente. Aunque aún no se ha
fraguado el cambio en mí sé que estoy en el camino de descubrirme y rehacerme.
Hoy más que nunca siento que todo lo que he vivido está dando forma a la que
hoy soy.
Como
personas únicas y especiales que somos, cada uno de nosotros ha tenido que
convivir con su historia. Es ella la que hace que seamos distintos al otro, la
que nos define, la que nos otorga nuestras características genuinas. Siendo todos
los seres humanos especiales y al mismo tiempo iguales me doy cuenta de que durante
muchos años yo he querido ser una persona de esas que se conocen como “normales,
comunes y corrientes”. Sin embargo, debido a las circunstancias especiales que
me acontecieron en mi infancia, he comprendido que por más que quiera ser así
mi historia particular habla a través de todos los poros de mi piel y nunca
podré alcanzarlo. También he comprendido que esa “normalidad” no lo es tanto,
que ese anhelo por normalizar ha causado estragos en mi vida, pues para
normalizar algo que no lo es he tenido que dejar mi ser esencial en el olvido
para no morirme en el intento por sobrevivir.
Desde
la sociedad en la que vivimos se nos insta a proceder de una forma determinada.
Hay unas reglas que seguir. En nuestras propias familias la normalización de
los acontecimientos que transcurren en su cotidianeidad hace de nosotros en
muchos casos seres desconectados siguiendo otras normas, en este caso
invisibles. Cada familia tiene sus propias reglas, nadie habla de ellas, pero todos
las siguen ciegamente y, cómo no, yo también lo he hecho porque salirse de
ellas significaría la muerte existencial y la no pertenencia. Así normalizamos
las formas, las experiencias y de esta manera perpetuamos por generaciones los
comportamientos.
Pero
de todas las normalizaciones que he vivido, la más dura es la que yo misma me
he infringido a mí misma porque me he negado una y otra vez. He negado mi
historia, he negado mi existencia y hasta he negado mi propio merecimiento y
haciéndolo he callado toda mi vida, he guardado silencio, he mantenido el
secreto de mi historia y mi verdad negando su existencia y la posibilidad de
sanación.
Después
de 46 años ha llegado el momento para mí de aceptar que no soy normal. Tampoco
soy excepcional. Tan sólo soy una mujer llena de fuerza y deseos de conectar,
de sentir, de ser libre, de vivir lo que otros me robaron en mi infancia.
Llevo
bastante tiempo escuchando a los que me rodean, a veces a los muy cercanos, que
me dicen que me olvide del pasado, que lo que me sucede es lo que también le
ocurre a otros. En esto tienen razón, pero no es algo que ocurra a todos,
aunque sí a los ASIs (Abuso Sexual Infantil). Hasta yo misma me obligo a
normalizar lo más posible las secuelas que en mí dejo este trauma infantil. Lo
hago de tal manera que a veces me obligo a comportarme como lo hace la mayoría
aún cuando no tengo las herramientas necesarias para ello porque mientras los
demás aprendían a desarrollarse, mientras sus cerebros se formaban de una
manera natural con las carencias normales, pero estaban preparándose para vivir
la vida que tenían que vivir, mi cerebro, mi cuerpo y mi alma se congelaron.
No
pienso que la sociedad funciona de una manera normal. Creo que lo hace de
manera bastante anormal, que no se respeta el ritmo natural del ser humano y que
a cada uno de nosotros nos han ayudado a alejarnos de nuestro ser. Con
demasiada frecuencia el mundo de los adultos deja mucho que desear y los
comportamientos que se muestran en muchas ocasiones me parecen de todo menos
normales. El hecho de haber vivido un trauma ha conducido a que me haya
relacionado con un determinado grupo social. No quiero decir que todos los
adultos son poco normales, pero algunos de sus comportamientos….
Soy
consciente de que muchos hemos crecido en ambientes disfuncionales y
seguramente son estos los que me entenderán, y aunque muchas veces hablo con
personas que me señalan lo anormal de ciertos comportamientos, siguen
prestándose al juego haciendo oídos sordos a su ser más profundo. Yo lo llamo
desconexión.
No
es normal, no debería ser normal, que cuando dos personas están teniendo una
conversación llegue otra y se olviden de uno.
No
es normal, no debería ser normal, que en las familias se silencie y se deje de
hablar de las realidades de uno u otro por muy duro o incómodo que resulte.
No
es normal, no debería ser normal, que hagamos oídos sordos a los gritos de
ayuda que los seres humanos en su sufrimiento lanzan.
No
es normal, no debería ser normal, que perpetuemos estos comportamientos y
sigamos transmitiendo a nuestros hijos que lo que no es normal lo es.
No
es normal, no debería ser normal, vivir en la inconsciencia. Desde luego para mí
no lo es.
La
consciencia tiene la habilidad especial de sacar del fondo lo que necesita ser
sacado. Yo me he visto obligada a hacerlo, a buscar en el baúl de los recuerdos,
y no me arrepiento. Es una decisión personal y eso hace que sea profunda y
ahonde donde otros no quieren entrar. Es una decisión difícil y un camino duro.
No puedo obligar a nadie a hacerlo aunque por años lo intenté. Sé que no
funciona así y que cada ser tiene su oportunidad y su elección. Sólo cada uno
de nosotros puede transformarse a sí mismo así como sólo yo puedo tomar mis
propias decisiones.
Yo
he decidido no normalizar. Sé que muchos otros han tomado el mismo camino. Ser
distinto en este sentido tiene un precio pero también tiene un valor. El que
posee más consciencia también tiene más obligación para con la vida y para con
el resto y siento en este sentido que debo nombrar lo que otros no pueden o no quieren.
Deconstruir
para volverse a construir es el gran proceso de mi vida. Por el camino he
perdido muchas cosas y a personas muy importantes de mi vida pero hoy me siento
más adulta. También me siento más vulnerable, más consciente, más yo.
Ahora
toca equilibrar los opuestos en mí, descubrir otras formas y otros caminos. Lo
viejo ya no me sirve, lo nuevo aún no ha llegado pero confío en que lo hará. A
veces me siento en tierra de nadie aprendiendo a habitar mi propio territorio,
maternándome conscientemente. Sé que algo nuevo crece dentro de mí. Estoy
aprendiendo a pasar la página, a mi propio ritmo, no al de otros, pero todo
esto lleva un proceso, un tiempo.
Por
delante tengo la hermosa tarea de criar con toda la consciencia que poseo a mi
hija. A través de darle a ella lo que yo no tuve percibo que me estoy sanando.
Deseo ser la madre que ella necesita, deseo ser la mujer que vine a ser y sigo
preparándome para llevar a cabo la tarea para la que vine a este mundo.
Soltando,
aprendiendo, avanzando, creciendo….
Mirian Alonso